Desarrollamos conversaciones con personas de nuestro entorno y con aquellas otras que

ocasionalmente nos encontramos por motivos diversos.

Esas personas con las que compartimos más tiempo son personas conocidas cuyo lenguaje

pasa más desapercibido gracias a la familiaridad con la que tratamos nuestros encuentros. Muy

puntualmente surge una vocablo diferente pero es algo asequible y aceptado. Sonreímos.

Separamos a ese otro grupo con el que el encuentro ocurre de manera involuntaria, esporádica

o imprevista. Todos nos entendemos, pero ciertamente a veces nos llegan palabras o frases

completas con las que hemos de ceñir el entrecejo y preguntarnos por qué ha/n sido incluida/s y

si existen otras que con más motivo tendrían que haberse usado en su lugar. Ocurre que la mezcla

resulta forzada, tan antinatural que hemos de pedir que se nos repita o que se nos explique.

En otras ocasiones no podemos apreciar esa diferencia tan fácilmente porque el vocablo se ha

asentado tan firmemente que ya no la consideramos extraña. Es el actual reinado que el idioma

inglés que ejerce sobre nuestro lenguaje:

“He aplicado en esta empresa …”

“Tenemos unos bookings de hotel para las próximas vacaciones…”

“Necesito una visa para poder trabajar en EE.UU….”

“El cambio de un pound es muy bajo en estos momentos …”

“ El feedback de la página no resulta positivo …”

“ El casting para la obra de teatro ha sido completado” o .. “Vamos a organizar un casting para un nuevo musical”

Y muchas, muchas más.

Aprender un idioma consiste en utilizarlo en su propio entorno. Incluir palabras en inglés dentro

de una frase en castellano no es concluyente y no implica que comprendamos mejor el mensaje.

No es más directo. No es más, es menos. Hemos sustituido el producto natural por un sucedáneo.

Tantas veces creamos una frase incongruente, españolizamos las palabras y le damos un género,

cuando en inglés no lo tiene. También puede suscitar la idea de que quien la utiliza quiere

presumir. Y, en cuántas ocasiones, la pronunciación es incorrecta y/o ni siquiera se sabe cómo

escribir lo que tan orgullosamente se ha pronunciado con tanta soltura. La sustitución se ha

impuesto con tanta fuerza que ya no es posible pensar en la equivalente en español.

Pensemos que a un inglés no le resultaría nada comprensible si en lugar de London, usáramos

Londres para hablar de la capital de su país. Hablamos de una ciudad y no de su traducción.

Las traducciones aparecen por todos lados, ¡y solo queremos expresarnos en español! Vivamos los

idiomas y entendamos cuándo hemos de utilizarlo y cuándo puede ser innecesario e

incomprensible. No convirtamos las palabras en osos polares viviendo en el trópico.

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